LA SENDA DEMEDIADA
Mi profesor de literatura en el instituto tenía la manía de comenzar sus clases refiriéndose al santoral. El 15 de marzo de 2020 fue, al retrasarse veinticuatro horas la decisión, la fecha en que nos confinaron. Y no podían haber elegido un día más oportuno que el de San César, Mártir. Todo parece indicar que el nombre significa “corte”, aludiendo al del cabello y a la barba, esos que algunos nos dejamos crecer durante meses, pero también al cisma que supuso en nuestras vidas la llegada de un enemigo invisible.
En estos particulares idus
se produjo el sacrificio de muchas costumbres a las que solo mentalmente
habíamos renunciado alguna vez. El despertador, los viajes en tren o en coche-a
excepción, claro está, de quienes prestaban servicios considerados esenciales-,
la caña y las risas en los bares, así como los besos y los abrazos a familiares
y amigos, pasaron a formar parte de un sueño o una película, como tantas anécdotas
de juventud para quienes cruzan el umbral de lo que ahora llaman mediana edad. Las
pantallas de aquellos millones de hogares que contaban con una o más, circunstancia
derivada de la posibilidad de vivir bajo un techo, se hartaron de balbucear
estadísticas de infectados y muertos en cada rincón del planeta, en una suerte
de competición sin sentido por alcanzar un podio de dudoso honor.
Los jabalíes, pumas y zorros, por su parte, comenzaron a deambular por calles y parques diseñados por los humanos para una existencia egoísta que no quería contar con ellos. Y lo que se hizo evidente es que el órdago de la naturaleza nos pilló desprevenidos, convirtió a todos los que no eran cazados por el virus en lectores, cinéfilos, músicos, deportistas de interior o poetas empedernidos, demostrando el carácter esencial de todo lo que con tanta frecuencia se considera superfluo.
Es septiembre, el curso ha comenzado y cuando se levante la última restricción y llegue el momento de salir a la superficie, es seguro que emprenderemos la marcha y nos agarraremos a las nuevas sensaciones como si fuera la última oportunidad, un crédito extra en la partida concedido por una fuerza oculta. Quizá entonces pasemos a valorar los pequeños detalles, a quejarnos menos y a dejar de vagar por el mundo con el freno de mano echado, aunque nos cueste despedirnos del modelo anterior, aquel que nos tuvo entretenidos hasta que no quedó más remedio que replegarnos en nosotros mismos.
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