viernes, 17 de noviembre de 2017

Revelación


Revelación



Os juro que una noche

soñé con Alejandra Pizzarnik,

que con su voz penetrante

me habló de su silencio y de su jaula.

Fue en un enorme jardín a plena

luz del día.

Ella vestía de gris,

yo acepté su consejo

como llave que me abriera

las puertas invisibles de lo desconocido.

Otro día, ya soñando despierto,

Se me apareció Horacio,

me recomendó que desconfiase del mañana,

y Shakespeare vino a enseñarme

donde están la grandeza y los instintos subterráneos,

y cómo siendo estos opuestos son iguales.

Hablé con Blas de Otero

sobre un dios que no existe

y abraza a los escépticos,

bailé con Maya Angelou,

conversamos sobre la discriminación

y el espíritu del tiempo en que vivimos.

No me olvido de Epicuro,

ni de la temporada en el infierno

que pasé con Rimbaud.

Me acuerdo de Walt Whitman

cada vez que limpio la suela de un zapato,

y con Margaret Atwood

discuto sobre la corta distancia entre la guerra y el amor.

Y, sin embargo, sé bien que lo fugaz

es requisito de lo eterno,

que es difícil saber

cuándo se empieza a perder lo que nunca se tuvo.

Una noche Alejandra

me habló de soledad y de silencio,

y desde entonces no he vuelto a ser el mismo.