FELICITAS
La luz artificial se apodera de la sala. El viejo reloj de
pared da las seis de la tarde, protagoni- zando la escena. Tres hombres ocupan sendas sillas en filas
separadas, mientras se miran sin hablar. Al fondo, un sofá y una cómoda estilo
Carlos IV.
Entran otro hombre
y dos mujeres. El resto los
saludan de forma unánime. Cada uno busca un asiento lo más separado posible del
resto. Pronto la habitación estará llena y aparecerá la violinista, que será recibida entre aplausos.
Su interpretación es sublime. Cada nota es un milagro con el
que se deleitan los inventores, escritores, dibujantes, actores y científicos
que pueblan el Ateneo, ocupando el espacio en el que moran quizá las almas de
los genios que alguna vez se sentaron allí.
A la sonora ovación de despedida sigue una animada conversación
acerca del talento interpre- tativo de la invitada, a la que cada vez se unen
más asistentes hasta acabar generando una conversación sobre sus profesiones,
el día a día, el sentido de sus vidas.
En un momento dado, el actor de doblaje indica que ha visto
a una extraña mujer apoyada en una columna. Tenía una larga cabellera rubia,
con trenzas, llevaba un largo vestido verde y en la mano tenía un cuerno cuyo
agujero contenía monedas de oro.
-“¿Por qué no lo dijo antes?”-pregunta uno de los médicos
presentes.
-“Pensé que se
trataba de un disfraz. Además, no quería interrumpir el concierto”-responde el
otro.
Se forma un escándalo que impide la comunicación, ya que
hablan todos a la vez. Algunos, como una experta en física que se sentó en la
primera fila y un viejo dibujante, afirman haberla visto también, mientras que
otros afirman haber mirado por todas partes en los descansos entre las
sinfonías, sin acceder a semejante visión.
La acalorada discusión continúa durante la hora siguiente,
mientras las agujas del reloj van avanzando hasta indicar la hora de cierre.