domingo, 11 de noviembre de 2018

"Alguien se acerca" Benjamín Prado


Tuve la suerte de conocer en persona a Benjamín Prado en Córdoba más o menos en 2012, cuando editó un poema mío en una antología  llamada Anónimos para Cosmopoética. Había leído su poesía en libros como Iceberg y Ecuador, libros en los que demuestra el poder de la palabra para hablar de los enigmas de la vida, el amor y la muerte; en el primer volumen mencionado hace una curiosa elegía a cien poetas tristemente fallecidos. Muy dado a las comparaciones, las preguntas retóricas, los acertijos, paradojas y juegos de ingenio, repite estas técnicas en la primera obra en prosa suya que he tenido ocasión de leer, Alguien se acerca.

Huyendo de un atentado en el bar Plaza Roja, Unai, auxiliar administrativo cuya vida resulta de lo más aburrida, se marcha hacia La Coruña donde encuentra trabajo en un hotel apartado y adopta el nombre de Andrés Hurtado, el protagonista de El árbol de la ciencia de Pío Baroja; pronto se da cuenta de que de alguna parte de su ser, bañada por este personaje y por los de las películas de los años cincuenta que ha visto, con actores como Gary Grant o Humphrey Bogart, le nace un impulso asesino por el que desea matar al dueño, Fran Lowell, un misterioso ex boxeador sobre cuyo oscuro pasado comienza a tener sospechas. La mujer con la que está casado su jefe, Sara, le producirá una gran atracción, y las preguntas y enigmas que se plantean mutuamente le servirán para construir y deconstruir su identidad. Sin embargo, el pasado está ahí empañando aquel incierto lugar hacia donde uno ha de dirigir sus pasos.

La tensión narrativa se mantiene alta en una de esas novelas que no ahonda en detalles innecesarios, lo que hizo que la terminara en tres días en unos cuantos trayectos de tren; en un juego postmodernista, el autor aparece dentro de la narración cuando los personajes hablan de él, el yo se muestra como algo cambiante: uno puede ser Gary Grant si toma su actitud,  intenta hablar como él y adapta su talante a las situaciones de su vida; el lector se convierte en autor poniendo los pequeños trozos que no se explican; los libros de Conrad, Baroja y Hemingway, entre otros, iluminan la narración y los pensamientos del personaje principal. La persona es la creadora de su propio modelo de sentido individual y la metáfora de la escritura como travesía vital aparece en primer plano.

En definitiva, recomiendo este libro porque, con un lenguaje y argumento sencillos y una técnica muy depurada, consigue enganchar  y no ser uno de esos que el lector termina dejando apartados en un rincón. Seguramente continuaré leyendo a este autor en Mala gente que camina, sobre los niños republicanos robados, y en Operación Gladio, donde mezclando realidad y ficción aborda temas espinosos de la transición española.