sábado, 1 de septiembre de 2018

"Tokio ya no nos quiere" de Ray Loriga






El escritor, guionista y director de cine Ray Loriga plasmó en Tokio ya no nos quiere (1999) el viaje, en un futuro cercano a 2020, de un agente que vende una droga legal que intenta acabar con los recuerdos indeseados, haciendo que en la memoria prevalezcan solo los más placenteros. En una sociedad donde se ha descubierto la vacuna contra el sida, la libertad sexual sin compromiso ha llevado a los hombres y mujeres a encuentros que olvidan al poco tiempo. La actividad nómada, el vaivén de lugares y personas, crean en el lector una sensación de desconcierto. Las diferentes substancias sucedáneas que tanto nuestro narrador como vendedores ambulantes comercializan intentan producir un efecto antinatural, que será combatido por los defensores de la memoria que persiguen la reimplantación de recuerdos en un mundo donde muchas personas han perdido el rumbo.
El protagonista, intentando huir de sus propios fantasmas, empieza a sufrir los efectos de su propia química, pues se administra los avanzados medicamentos de que dispone para intentar olvidar una experiencia amorosa. Sin embargo, siempre queda una huella inconsciente, pues “es el recuerdo, y no el olvido, el verdadero invento del demonio”.

 Con un ritmo frenético, el autor se sirve del género de la ciencia-ficción para hacer una crítica de la sociedad de nuestro tiempo, dominada por la tecnología, el consumismo y el hedonismo más arbitrario e insolidario. Paradójicamente, este es un libro difícil de ignorar y olvidar, lleno de frases que dejan huella: “No hay dos vidas iguales, ni dos dolores distintos”; “El amor es un millón de enfermedades distintas”; ”A pesar de mi resistencia, progreso, lo cual es una traición de los sentidos. Igual que en el colegio, donde por mucho que te empeñes en evitarlo, al final, aprendes”.
Estos aforismos sirven para poner un poco el freno. No faltan la ironía y la imaginación, las cuales hacen de esta novela una obra recomendable, incluso para los que no preferimos las historias futuristas.




LAS SILLAS VOLADORAS

Cambios de dirección y movimiento, ciclos que se repiten, paradojas que aumentan la adrenalina. Los niños y no tan niños se agarran a las cadenas de hierro, las que les hacen sentir libres a pesar del incontrolado vaivén. El atrapamiento no les impide estar en el aire, en un juego de planos inclinados, siempre en posiciones sucesivas desde las que poder observarlo todo. Quienes parecen títeres se miran regalándose sonrisas; solo así pueden ejercer el control que tanto desean. No importa dónde vayan. Protegidos por una bóveda de emociones, disfrutan sin llegar a tocarse, a través de la cuerda mágica de la empatía.

Saben que, al fin y al cabo, todo es un juego. Nuevas caras aparecerán entre la multitud, entregarán su ficha, tomarán el relevo y disfrutarán por unos minutos en la batidora que les permitirá depurar aquello que no quieren. Se quedarán con la activación residual, con el metabolismo emocional que tendrán que interpretar. Cerebro de detective, corazón de artista: se dan la mano como dos viejos enemigos íntimos que se necesitan.

Período y frecuencia, lineal y angular, empiezan a sonar como conceptos familiares. Ya no son aquellas palabras oscuras del libro de física. Tras participar en una simulación, los visitantes vuelven a disfrutar de la realidad. No necesitarán ya más máquinas que su voluntad para volar.