El escritor, guionista y director de cine Ray Loriga plasmó en Tokio ya no nos quiere (1999) el viaje,
en un futuro cercano a 2020, de un agente que vende una droga legal que intenta
acabar con los recuerdos indeseados, haciendo que en la memoria prevalezcan
solo los más placenteros. En una sociedad donde se ha descubierto la vacuna
contra el sida, la libertad sexual sin compromiso ha llevado a los hombres y
mujeres a encuentros que olvidan al poco tiempo. La actividad nómada, el vaivén
de lugares y personas, crean en el lector una sensación de desconcierto. Las
diferentes substancias sucedáneas que tanto nuestro narrador como vendedores
ambulantes comercializan intentan producir un efecto antinatural, que será
combatido por los defensores de la memoria que persiguen la reimplantación de
recuerdos en un mundo donde muchas personas han perdido el rumbo.
El protagonista,
intentando huir de sus propios fantasmas, empieza a sufrir los efectos de su
propia química, pues se administra los avanzados medicamentos de que dispone
para intentar olvidar una experiencia amorosa. Sin embargo, siempre queda una
huella inconsciente, pues “es el recuerdo, y no el olvido, el verdadero invento
del demonio”.
Con un ritmo
frenético, el autor se sirve del género de la ciencia-ficción para hacer una
crítica de la sociedad de nuestro tiempo, dominada por la tecnología, el
consumismo y el hedonismo más arbitrario e insolidario. Paradójicamente, este
es un libro difícil de ignorar y olvidar, lleno de frases que dejan huella: “No hay dos
vidas iguales, ni dos dolores distintos”; “El amor es un millón de
enfermedades distintas”; ”A pesar de mi
resistencia, progreso, lo cual es una traición de los sentidos. Igual que en el
colegio, donde por mucho que te empeñes en evitarlo, al final, aprendes”.
Estos aforismos sirven para poner un poco el freno. No faltan
la ironía y la imaginación, las cuales hacen de esta novela una obra
recomendable, incluso para los que no preferimos las historias futuristas.