LAS SILLAS VOLADORAS
Cambios de dirección y movimiento, ciclos que se repiten,
paradojas que aumentan la adrenalina. Los niños y no tan niños se agarran a las
cadenas de hierro, las que les hacen sentir libres a pesar del incontrolado
vaivén. El atrapamiento no les impide estar en el aire, en un juego de planos
inclinados, siempre en posiciones sucesivas desde las que poder observarlo
todo. Quienes parecen títeres se miran regalándose sonrisas; solo así pueden
ejercer el control que tanto desean. No importa dónde vayan. Protegidos por una
bóveda de emociones, disfrutan sin llegar a tocarse, a través de la cuerda mágica de
la empatía.
Saben que, al fin y al cabo, todo es un juego. Nuevas caras aparecerán entre la
multitud, entregarán su ficha, tomarán el relevo y disfrutarán por unos minutos
en la batidora que les permitirá depurar aquello que no quieren. Se quedarán
con la activación residual, con el metabolismo emocional que tendrán que interpretar.
Cerebro de detective, corazón de artista: se dan la mano como dos viejos
enemigos íntimos que se necesitan.
Período y frecuencia, lineal y angular, empiezan a sonar
como conceptos familiares. Ya no son aquellas palabras oscuras del libro de
física. Tras participar en una simulación, los visitantes vuelven a disfrutar
de la realidad. No necesitarán ya más máquinas que su voluntad para volar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario