Nos
trajo, el último parte de guerra, a mundos que nos llevan a
destinos maduros, a arrebatos análogos. Nos sedujo el
destello del pantalón de campana, la pócima de la novedad; pero no
recuerdo el sedimento, que nos marca las sienes, sin querer evitarlo.
Solo vivo en tu sonrisa de lycra, el cable de un
ordenador, una tapia que clavó sus dientes en el polvo y un
dios que bebe gaseosa y que vende ascensores. Ya no me acuerdo de
nada, porque mi conciencia se abate y se despeña entre
huesos de animales, por sentimientos rupestres, pidiendo
a grito herido un hombro amigo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario